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Aquel miércoles de agosto del 2019 consumé la primera meta. Allí estaba por tener mi primera clase de taiko.
Recuerdo que fuimos tres alumnos en esa clase, además de la Sensei y la instructora de Zazen que estaba con su hijo. Qué vueltas raras que da la vida sin avisarnos, hoy esa instructora es una gran amiga y compañera de grupo de clase de taiko.
Cuando nos presentamos cada uno, hablé mucho. Parecía que estaba dando una entrevista de trabajo la verdad, y es que en los últimos meses había tenido unas siete u ocho, y casi me había quedado un tic de hablar así. Era una especie de escudo para cuando estaba nervioso. La naturalidad brillaba por su ausencia en cada palabra que pronunciaba, pero sí creo (o me gusta creer) que pude transmitir lo que me pasaba con el taiko.
Ese día, tomé por primera vez los bachis
Ese día, (aún me parece surrealista esto) toqué mis primeras notas ¡con un nagado!
Ese día, también supe que me esperaba un largo camino por delante y, ese día, comprobé que ese camino era el que quería, el que necesitaba, y el más hermoso que jamás pudiera haber tomado.
Volví a tener ese impulso de determinación que me llevó a tomar clases después de la tercera o cuarta clase. Aprendíamos parte de Ikigai (en aquel momento el tema miércoles sin nombre). La frase planteaba una capacidad de coordinación que mi cuerpo y mi mente (de nula actividad artística y física durante los últimos 6 o 7 años, sumado a la cero motricidad fina) no era capaz de procesar, ni mucho menos ejecutar. Fui el único de toda la clase que al final no pudo.
Seguir intentando…
Llegué a mi casa con una mezcla de frustración, tristeza y enojo conmigo mismo, sobre todo lo último. Al otro día recuerdo que me bajé del subte al llegar del trabajo, y fui directamente a recorrer locales de música para conseguir un PAD de práctica. Resulta que no sólo estaba lidiando con mi fracaso, sino que estaba dispuesto a encararlo de frente y superarlo. Y eso no era tan propio de mí por aquellos días no tan lejanos. Apenas iban unas pocas clases, y mi determinación ya empezaba a cambiar. Aún no lo sabía, pero esto era parte de ese cambio en mi vida que dije al principio.
Taiko sacó cosas que estaban en mí y yo no lo sabía, y la determinación fue la primera de ellas
Taiko sacó cosas que estaban en mí y yo no lo sabía, la determinación fue la primera de ellas. Llegué a casa orgulloso con mi PAD, y desarmé mi única escoba. En cuestión de una hora, después de pasar por la sierra de mano y las lijas, había improvisado un par de bachis. En retrospectiva asumo que fue el día que los vecinos empezaron a odiarme, porque no deje de tocarlo hasta que me salió alrededor de las 21:30hs. Estaba orgulloso de mi logro, así que grabé un vídeo y lo envié a mis compañeros. He ahí otro cambio que iba tardar en explotar, pero se gestaba: estaba empezando a dejar mis inhibiciones autoimpuestas.
Sólo una clase más pasó, cuando entendí cuál iba ser mí siguiente desafió en este camino: el kamae.
Decir que mi kamae era chueco por esos días es poco, pero seguía igual de determinado. Así que mezclé mi nueva determinación con mi ya acostumbrada, y de toda la vida, habilidad para improvisar. Aún recuerdo mi razonamiento, simple pero efectivo:
-“Necesito algo así como el caballete que sostiene el shime, eso me va dar la altura que necesito”.
Y así fue, construí un caballete copiando la base del shime para apoyar mi PAD. Esto fue mucho, realmente mucho, demasiado importante. Fue un antes y un después, porque con ese simple hecho, ahora podía practicar en casa. Empecé a practicar un poco todos los días después de salir de trabajar; por supuesto, haciendo énfasis en el kamae. Me empecé a encontrar con el cambio más significativo, y que iba ser el que abrazara a todos los demás: la disciplina (y cabe destacar, aún sigo usando ese caballete).
No soy alguien disciplinado, al menos no lo era antes. Siempre fui ordenado y, a menudo, las demás personas creían que sí era disciplinado por eso. Pero lo cierto es que tenía más habilidad para disimular mi falta de disciplina que para tenerla realmente.
No hace falta ir muy lejos, ya con ver mis hábitos de estudio y sueño en los últimos años de la carrera, se notaba que la disciplina propia era nula. La disciplina, descubrí, es la prima mala de la motivación, pero que al final del día no es mala, sino que sólo lo parece por ser más estricta. La motivación te invita a hacer algo porque te sentís apto, y en el momento adecuado. En cambio, la disciplina te invita a hacerlo si o si, aunque no haya motivación, porque al final del día vas a tener una recompensa mucho más satisfactoria y grande que la que cualquier período de motivación te pueda dar. Y eso, sin aviso, sin siquiera decirlo expresamente, me lo enseñó taiko.
Fui el único de toda la clase que al final no pudo. Llegué a mi casa con una mezcla de frustración, tristeza y enojo conmigo mismo, sobre todo lo último.
Así empezaron a aparecer muchas cosas. La primera, imposible de olvidar, fue un dolor en los brazos crónico por estar tocando todos los días, sin falta, durante unas dos o tres horas. La sensei fue muy directa: tenía que elongar no sólo tocar, y tenía que mejorar mi técnica, porque estaba haciendo todo el esfuerzo con los brazos y no usaba el cuerpo. El camino de la práctica en solitario en mi casa, me fue dando esas herramientas. Empecé a descubrir el taiko desde adentro, y empecé a incorporar sin darme cuenta esos detalles al tocar… y en mi vida.
Una de las necesidades que me surgió directamente de taiko, fue la de mejorar mi estado físico. Era claro que mi inactividad, que venía desde el 2012 cuando dejé de jugar al futbol, se había convertido en un obstáculo. Llegó un momento que había determinados desafíos que empezaba a sentir que podía encarar, y lo hacía con gusto, pero necesitaba mejorar mi rendimiento para no acabar en 0% de batería en el intento. Empecé por una rutina de 15 minutos de elongaciones y ejercicios que hacía 4 o 5 veces por semana. No voy a mentir, los primeros días me dolió absolutamente todo el cuerpo. Pero la determinación, la disciplina, la pasión, todo eso nuevo aprendido, además del taiko, estaba ahí conmigo ahora, así que seguí.
Pasadas unas tres semanas empecé a notar que mi resistencia mejoraba. Ahora podía tocar durante más tiempo. Pero no sólo eso, mi flexibilidad había dado un giro de 180°, y eso tiene un valor incalculable para hacer taiko. Esto me motivó a mejorar mi rutina, así que la aumenté un poco. Lo que la motivación impulsó, la disciplina me permitió sostener. La contribución que esto empezó a tener en mi energía al tocar, fue un gran salto. Finalmente, llegó la pandemia y convertí mi rutina “para taiko” en rutina “para la vida”. Taiko me enseñó a cuidarme más, y hoy, ya hace un año que hago ejercicio todos los días durante un período de entre 50 y 60 minutos.
No tengo ganas todos los días, pero la disciplina sigue ahí; y que esto me ayuda a tocar sigue ahí; y mi flexibilidad sigue mejorando y, de manera indirecta, conocer más mi cuerpo y mi resistencia me ha permitido focalizar mi energía cuando toco.
Vuelvo a insistir, taiko cambio mi vida, cambió hasta mi cuerpo, hago ejercicio y como mejor, y todo partió del deseo de ir más allá con los bachis y el parche.
La disciplina, descubrí, es la prima mala de la motivación, pero que al final del día no es mala, sino que sólo lo parece por ser más estricta. La motivación te invita a hacer algo porque te sentís apto, y en el momento adecuado. En cambio, la disciplina te invita a hacerlo si o si, aunque no haya motivación, porque al final del día vas a tener una recompensa mucho más satisfactoria y grande que la que cualquier periodo de motivación te pueda dar.
Y no quiero dejar de hablar de la actitud. De la intención.
Taiko tiene intención, se toca con una intención. Se enfrentan el escenario y la canción con una determinada actitud. El cuerpo es una extensión de las notas tocadas, y cada nota va acompañada de su forma corporal y de una intención que salta del tambor, del ejecutante, del escenario y del grupo entero hacia el público que observa, para causarle una marea de sensaciones. Al menos así es como lo entiendo yo.
A veces puede ser una delicada figura, a veces puede ser un grito, a veces puede ser una mirada desafiante… no importa como se manifieste, como dice Fito Páez, es una cuestión de actitud. Hay una actitud que se sostiene durante la ejecución… y ¿acaso en la vida no es así? Capaz, para mucha gente esto era obvio, pero para mi no, pues nunca he sido alguien de carácter. Pero el carácter dentro de mí siempre estuvo…
La primera vez que me plante en una habitación con otras 10 personas y explique, con voz firme y mirada en alto, algo a una comitiva donde había varios jefes míos y demás personas en mi trabajo me pregunté “¿de donde salió esto en mí?”. Tardé en entenderlo, quizá no es tan inmediato, pero aprendí a darle intención y actitud a las situaciones. A que mi cuerpo demuestre lo mismo que mis palabras y, que lo que estoy transmitiendo, sea un todo conmigo, no sólo un conjunto de palabras, como taiko no es sólo un conjunto de notas.
Hablar se me da. Soy alguien que habla mucho, de verdad mucho. Pero ahora no sólo hablo, también muestro mi intención si así lo amerita. Y modestia aparte, he podido hacer prevalecer mis puntos de vista en varias situaciones en mi trabajo. He podido encabezar reuniones que no organicé yo, y mis compañeros me han llegado a decir “ya no sos tímido como antes, ahora te plantas”. Ellos no saben de dónde salió eso, pero yo sí: taiko me enseñó.
… la verdadera lección de esa clase fue aprender a confiar que puedo, que lo que hoy no sale mañana va salir si me concentro, y que los peores fantasmas y obstáculos son propios”
Aprender a levantarse es algo que la vida tarde o temprano enseña. Y no es que antes de taiko no lo haya tenido que hacer más de una vez, pero fue muy particular en taiko. Fue particular porque cuando algo que se convirtió en tu motor, en tu inspiración y en tu fuente de disciplina, se empieza a derrumbar en frente a tus ojos es durísimo asimilarlo. Te quedas solo con tus ganas de que suceda nomás.
¿Qué se derrumbó? La verdad es que nada, pero así lo sentí. Hay altibajos constantemente, y justamente la disciplina te enseña a que eso no es lo importante… Pero tuve uno, que lo sentí realmente como una derrota definitiva. Y si hay algo que me ayudó a avanzar conmigo mismo, es entender que eso no era real, y que salir de ahí estaba únicamente en mí.
Fue quizá por mediados de abril del 2020, plena cuarentena. Mi frustración empezó con un metrónomo rebelde que no conseguía seguir por más que me esforzara. Clase tras clase, la escena se repetía y cuanto más intentaba, más me frustraba. Con el correr de las semanas, me duele admitir que empecé a dejar de practicar.
Era desesperante sentir que la pasaba mal con mi amada pasión. Me resultaba muy frustrante tocar y, francamente, sentía que cada vez que lo hacía retrocedía. Era un poco real, me habían dejado de salir figuras que antes podía hacer, y me habían dejado de resultar intuitivas frases que antes sabía tocar.
Y llegó el miedo… ¿acaso había llegado a mi techo?
La pasión y la disciplina seguían fuertes a pesar de todo, así que me animé (y así es como taiko me volvía a impulsar una vez más) a hablar de esto con mi sensei. Para mi sorpresa a ella le pareció de lo más natural, y me propuso una clase para resolverlo.
Cuando terminó la clase, yo creía que había aprendido a usar el metrónomo por fin, y en cierto modo si fue así. Pero la verdadera lección de esa clase fue aprender a confiar que puedo, que lo que hoy no sale, mañana va salir si me concentro, y que los peores fantasmas y obstáculos son propios.
Esa clase de no más de 40 minutos, fue el punto de inflexión más grande que tuve desde que empecé a desarrollarme en este hermoso arte. Y no hay día que tenga algún bajón que no piense “tranquilo, esto no va ser más duro que ese metrónomo”.
Esa frase un poco derrotista, se convirtió en un mantra que me impulsa cada vez que tengo dudas.
Porque Taiko, me enseñó y me demostró ante todo, que la fuerza que tenemos dentro. El potencial que tenemos dentro, solo va salir y revelarse si se lo permitimos nosotros mismos. Y ese es mi desafío personal cada vez que agarro los bachis, que no haya miedo o frustración que impidan que salga todo lo que está adentro, porque cada pequeño detalle, cada nueva figura, cada golpe en tempo, cada demostración de actitud, cada esfuerzo que no depende de la motivación, cada latido al escuchar el tambor, es una parte de ese fuego que arde desde aquella tarde de invierno en el Jardín Japonés, que no solo me convirtió en taikista, sino en la persona que soy ahora.
Porque Taiko, me enseñó, me demostró, ante todo, que la fuerza que tenemos dentro, el potencial que tenemos dentro, solo va salir y revelarse si se lo permitimos nosotros mismos…
Seré un soñador, cursi, que se enamoró de un arte solo con verlo y escucharlo una vez, que todavía guarda la carta de presentación de la escuela en pdf, y que aun ve a sus compañeros tocar sintiéndose un fan; sí, pero ese arte me permitió ser más yo mismo, que nunca en toda mi vida. Y eso, también es taiko.
Martín Fimpel
Miembro oficial de Zendaiko
Muchas gracias Martín por compartir tu experiencia!!!
Es muy divertido conocer cada sensación…. gracias!!!!
Great content! Keep up the good work!